Si nos desplazáramos a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo) a través del espacio exterior, moriríamos en cuestión de segundos. Si bien la densidad de partículas es muy baja en el vacío, a gran velocidad, los pocos átomos de hidrógeno por centímetro cúbico incidirían contra la proa del vehículo con una aceleración similar al Gran Colisionador de Hadrones (LHC), adquiriendo así una energía de 10.000 sievert por segundo. Teniendo en cuenta que la dosis mortal para un ser humano es de unos 6 sievert, este haz de radiación dañaría la nave y destruiría todo rastro de vida en su interior.
Según las mediciones de los científicos de la Universidad Johns Hopkins, ningún blindaje frontal sería capaz de librarnos de la radiación ionizante. Un tabique de aluminio de 10 centímetros de grosor absorbería menos del 1 por ciento de la energía, y su tamaño no podría ser aumentado ilimitadamente sin comprometer con ello las necesidades energéticas del sistema de propulsión. Además del hidrógeno atómico, la nave tendría que resistir la erosión del polvo interestelar, con lo que las posibilidades de ver su estructura pulverizada aumentarían considerablemente. Como solución, habríamos de conformarnos con alcanzar velocidades de solo un 10 por ciento la velocidad de la luz, que difícilmente nos permitirían viajar a la estrella más cercana,Próxima Centauri, en el plazo de una vida humana, ya que los 4,22 años luz de distancia se tornarían en 40 años de viaje.
YAPA:
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