Decían de él que era el hombre más perverso del mundo, de ahí que se le conociera también con los apodos de “The great beast 666″ o el “Mago negro”. La verdad es que él mismo adoraba esa fama que envolvía su figura, porque de ese modo conseguía escandalizar aún más a la puritana sociedad victoriana que veía con asombro – y algo de temor- el temerario comportamiento de este hombre.
Místico, ocultista, mago ceremonial, fundador de la filosofía religiosa de Thelemam, miembro de la famosa organización “La orden hermética del Amanecer Dorado” y, ante todo, un gran exhibicionista. El nombre de Aleister Crowley sigue causando tanta curiosidad como respeto a día de hoy.
Aleister Crowley y sus oscuras pasiones
Pertenecía a una familia de la alta sociedad británica. Un niño que quedó huérfano tempranamente y que en 1886 tuvo que irse a vivir con sus tías, dos mujeres que lo educaron (o al menos lo intentaron) bajo los férreos pilares de un grupo evangélico muy conservador denominado los “Hermanos de Plymouth”. Esta especie de cápsula puritana hizo que deseara reaccionar cuanto antes a dichos principios religiosos, acercándolo, por así decirlo, al reverso más inquietante de la religión.
Ya en sus años en Cambridge empezó a escribir sus primeros ensayos, sus primeras novelas esotéricas que le abrieron nuevos caminos, nuevos senderos entre la sociedad británica, donde consiguió hacerse un hueco como mago y ocultista. Adoptó el nombre de Baphomet y redactó auténticos manuales de magia y ocultismo como “Magick in Theory and Practice” o “El Libro de la Ley”.
Al poco de ingresar en el llamado Templo Isis-Urania de ‘Hermetic Order of the Golden Dawn’, Crowley, ascendió rápidamente hasta rivalizar con los líderes de aquel momento: William Butler Yeats y S.L. McGregor Mathers. ¿Y cuál fue la respuesta a esas diferencias? Alesteir Crowley creó otra orden paralela donde se erigió, claro está, como líder absoluto. Era la organización ocultista Astrum Argentum, ahí donde practicar la magia negra -que era lo que en verdad le interesaba – con total libertad. Los rituales que Crowley practicaba movían a partes iguales los hilos del satanismo como de la magia más oscura. El sexo siempre estaba presente, sin excluir tampoco las torturas a personas y animales e incluso -según las malas lenguas- hubo algún que otro asesinato. Pero Crowley estaba en los círculos de la alta sociedad y era muy poco lo que salía de esos muros de aberración y misterios, que cercaban la logia del famoso “Mago negro”.
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