Cuando eras un infante indefenso, tu llanto era una señal de aflicción para alentar a tus padres a que mejoraran las cosas.
En la edad adulta, la mayoría de los animales silvestres suprimen estas señales porque no quieren anunciar su vulnerabilidad a los deprepadores o los rivales de su propia especie.
Hasta cierto punto, este instinto también persiste con los seres humanos, lo cual podría ser una razón por la que los hombres tienden a llorar menos que las mujeres.
Pero comparados con la mayoría de los mamíferos, los humanos somos una especie enormemente social. Y por mucho que le duela a nuestro orgullo, cuando lloramos de dolor estamos pidiendo ayuda y advirtiendo a la gente de que hay un peligro.
Y estas dos situaciones son características evolutivas útiles.
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