1. Blade Runner (Ridley Scott, 1982)
Con Eldon Tyrell aprendimos que la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Pero el paso de los años demostró, pese a todo, que hay luces que están hechas para resplandecer eternamente, incluso cuando brillaron tenues en sus comienzos. Es el caso de Blade Runner, profunda y conmovedora película que fue ignorada en el momento de su estreno y que hoy alcanza la categoría de mito contemporáneo. Ridley Scott nos presenta un futuro siempre nocturno y lluvioso, donde el humo, las luces de neón y las calles abarrotadas de gente dan cuerpo a una atmósfera cálida y opresiva, intensamente reforzada por la hermosa partitura de Vangelis. La historia de un grupo de replicantes que lucha por obtener respuesta a todas sus dudas existenciales y por alcanzar la libertad que les fue arrebatada en el momento de su creación sirve como base para un discurso en el que podemos reconocer todo tipo de ecos filosóficos y literarios, de Platón a Raymond Chandler, de Nietzsche al Moderno Prometeo. Bienvenido a Los Ángeles, 2019. Bienvenido a la obra cumbre de ciencia ficción de todos los tiempos.
2. 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968)
¿Cómo condensar la historia de la humanidad en 140 minutos de metraje, desde el nacimiento de la inteligencia hasta la futura evolución a un estadio superior? Kubrick halló la respuesta en tres elementos: el montaje cinematográfico, un hueso y una nave espacial. La elipsis más grande de la historia del cine nos llevó de la primera herramienta utilizada por el ser humano a la más sofisticada, del amanecer del hombre a los misterios que se esconden en Júpiter y más allá del infinito. Mecidos por El Danubio Azul de Strauss y aterrados por el Requiem de Ligeti, los espectadores asistimos a una función donde música e imagen se fusionan en una experiencia estética sin precedentes. El enfrentamiento entre hombre y máquina, los límites de la inteligencia como dadora de entidad, el papel del ser humano en el universo, el eterno retorno… La densidad de ideas latente en esta obra de arte absoluta es casi inabarcable. Por eso 2001 es una película inmortal y nunca faltarán amantes del cine que queden boquiabiertos ante el enmudecimiento de HAL o el viaje de Bowman a través de la estrellas.
3. Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979)
El cine de Andrei Tarkovsky es complejo, poliédrico, plurisignificativo y, por encima de todo, formalmente exquisito. Adentrarse en sus películas es perderse en un mundo regido por sus propias normas, que rehúye los convencionalismos y reflexiona sobre lo esencial, lo vital, lo sagrado y lo profano. En esta película acompañamos a un stalker en su visita a La Zona, un lugar donde, como en el cine del director, nada es lo que parece y donde te resultará muy difícil adivinar a qué lado de la línea que separa tus deseos más fervientes de tus más profundos miedos te encuentras. Mientras Tarkovsky esculpe el tiempo en cada secuencia nosotros quedamos atrapados, de por vida, en sus potentísimas imágenes.
El cine de Andrei Tarkovsky es complejo, poliédrico, plurisignificativo y, por encima de todo, formalmente exquisito. Adentrarse en sus películas es perderse en un mundo regido por sus propias normas, que rehúye los convencionalismos y reflexiona sobre lo esencial, lo vital, lo sagrado y lo profano. En esta película acompañamos a un stalker en su visita a La Zona, un lugar donde, como en el cine del director, nada es lo que parece y donde te resultará muy difícil adivinar a qué lado de la línea que separa tus deseos más fervientes de tus más profundos miedos te encuentras. Mientras Tarkovsky esculpe el tiempo en cada secuencia nosotros quedamos atrapados, de por vida, en sus potentísimas imágenes.
4. Metrópolis (Fritz Lang, 1927)
El cine mudo también dio sus frutos en el terreno de la ciencia ficción y el que luego sería uno de los maestros innegables del cine negro, Fritz Lang, filmó en 1927 una de sus primeras obras maestras. Su esposa, Thea von Harbou, escribió un guion de dudoso trasfondo moral que incitaba al conformismo y la resignación ante la opresión que los débiles sufrían por parte del poder establecido, pero en el arte lo que verdaderamente importa es la lucidez con que la forma se convierte en el vehículo adecuado para la expresión de unas inquietudes, estemos más o menos de acuerdo con ellas. Y, en ese sentido, esta es una de las obras más visionarias de la que quizá sea la etapa más decisiva de la historia del séptimo arte. Adéntrate en la metrópolis y observa a una Brigitte Helm como nunca antes la habías visto.
5. El muelle (La Jetée) (Chris Marker, 1962)
Chris Marker siempre ha sido un autor con voz propia que ha encontrado en el cine el medio idóneo para disertar sobre los temas que más le preocupan: la memoria, el recuerdo, la identidad, el paso del tiempo. En La Jetée encontramos uno de sus primeros y más exitosos experimentos fílmicos: un mediometraje que no adquiere la ilusión del movimiento, un despliegue de fotogramas que se sucede con cadencia melodiosa ante la fascinada mirada del espectador, una lánguida voz en off que cuenta la historia de un hombre que desea encontrarse a sí mismo a través del tiempo. Y, por si fuera poco, con el amor como telón de fondo vertebrando esta inolvidable –nunca mejor dicho- reflexión sobre el poder de la memoria.
6. El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957)
Si la ciencia ficción conoció una etapa de apogeo en el siglo pasado esa fue, sin duda, la década de los 50. Infinidad de producciones de bajo presupuesto vieron la luz en aquellos años, pero sólo las que brillaron con luz propia, logrando hacer de la necesidad virtud, marcaron las pautas del género y pasaron a la posteridad. En El increíble hombre menguante, película que recoge el testigo de la interesantísima Muñecos infernales (Tod Browning, 1936), se dieron cita el talento de Jack Arnold, cuya imaginativa puesta en escena permitió plasmar con total credibilidad los más inusuales pasajes del guion, y la ingeniosa pluma de Richard Matheson, que adaptó su propia novela con una solvencia fuera de toda duda y aprovechó la sencilla premisa argumental para reflexionar sobre temas de gran calado existencial.
7. El planeta salvaje (René Laloux, 1973)
La primera incursión de una película animada en la lista alcanza nada menos que el séptimo lugar. El director francés René Laloux nos brindó una propuesta exótica, preciosista, única, de animación discreta pero tremendamente imaginativa. Alegoría sobre la convivencia entre distintas razas y culturas, plantea los problemas de la intolerancia, la opresión y el instinto de supervivencia en situaciones adversas. El diseño de los Draags, de los escenarios naturales y de las distintas criaturas que habitan el planeta Ygam harán las delicias de los aficionados al buen cine de animación.
8. La guerra de las galaxias. Episodio V: El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980)
Si hiciésemos una encuesta para determinar cuál es la saga cinematográfica de ciencia ficción por excelencia sospecho que Star Wars ganaría por goleada a todas sus competidoras. Lo que no está tan claro es, dentro del universo creado por George Lucas, qué película goza de mayor popularidad. La mayoría de listas especializadas hablan de Una nueva esperanza como el punto álgido, pero son innumerables los seguidores que prefieren su secuela directa: El imperio contraataca, película con uno de los giros de guion más famosos de la historia y que presenta por vez primera a uno de los personajes más emblemáticos de la saga, Yoda. Polémicas al margen, esta entrega mantiene el listón y sigue desarrollando todas las historias que ya habían conseguido cautivarnos en la primera parte. El mito continúa y se hace, como Luke Skywalker, cada vez más fuerte y legendario…
9. Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979)
Bordeando la frontera difusa que existe entre el terror de primera clase y la mejor ciencia ficción se halla el clásico esencial sobre la lucha del ser humano contra una criatura alienígena. Antes de pasar a los anales de la historia cinematográfica con Blade Runner, Ridley Scott sorprendió al mundo entero con una película exquisitamente ambientada que cuenta la historia de un peculiar pasajero non grato a bordo de la nave comercial Nostromo. El aterrizaje en el planeta desconocido, la primera aparición del alien, la evolución de la criatura a lo largo de distintas fases o la revelación de la verdadera identidad de cierto personaje son solo algunos de los grandes atractivos argumentales de una película que sigue fascinando hoy tanto como el primer día. No lo dudes, súbete a bordo. Pero recuerda: «En el espacio nadie puede oír tus gritos…».
10. Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006)
En la línea de las mejores distopías futuristas, Alfonso Cuarón nos presenta un desolador mundo en el que el ser humano agoniza al borde de la extinción. La raza envejece y, misteriosamente, ha perdido la capacidad de crear descendencia. Sin la posibilidad de dar a luz a una nueva generación que tome el relevo, el descubrimiento de una mujer que ha quedado embarazada generará un terrible conflicto de intereses entre distintas facciones. Película que deja una agridulce sensación en el paladar, apoyada en una ambientación del todo verosímil y en unos intérpretes en estado de gracia (sensacional, como siempre, la ecléctica Julianne Moore, entre otros tantos), toda una sorpresa del año 2006 que ha logrado por méritos propios colarse en el top 10, por delante de muchos clásicos consolidados del género. No tardes en comprobar por qué.
11. La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956)
Años 50. Estados Unidos. El macarthismo da sus últimos coletazos cuando Don Siegel estrena esta impagable obra de ciencia ficción con envoltorio de cine negro, máximo exponente del esplendor que alcanzó el género en su época dorada. Su inquietante argumento –en una pequeña localidad, algunos habitantes empiezan a comportarse de forma extraña y apática, como si hubiesen sido suplantados por réplicas sin personalidad– goza de una deliberada ambigüedad que ofrece aún hoy innumerables lecturas. ¿Es un alegato feroz contra la caza de brujas, la pérdida de identidad del individuo y la alienación de una sociedad paranoica que veía traidores en todas partes? ¿O es, por el contrario, una alegoría que trata de advertirnos de la intrusión subrepticia del enemigo en las filas aliadas? Todo depende del cristal con que se mire. Si consigue cautivarte, no olvides revisar a continuación el magnífico remake dirigido por Philip Kaufman en 1978.
12. Donnie Darko (Richard Kelly, 2001)
El director Richard Kelly presentó en el año 2001 una película fuera de lo común que se convirtió, gracias al boca a boca y la rápida difusión a través de diversos medios, en una obra de culto instantánea. La historia de un chico llamado Donnie que sufre unas extrañas visiones en las que un conejo humanoide gigante le avisa sobre el inminente fin del mundo se va complicado, con cada giro de guion explícito o sugerido, hasta que su argumento resulta prácticamente incomprensible en un primer visionado. Después de ver la película, conceptos como universo tangencial, artefacto, receptor vivo, agujero de gusano y paradoja de predestinación se convertirán en verdaderas obsesiones para el espectador activo y pasarán a formar parte de un interesante puzle cuyas piezas irán encajando en las sucesivas revisiones del film.
13. La cosa (El enigma de otro mundo) (John Carpenter, 1982)
H. P. Lovecraft lo dejó muy claro: «La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido». John Carpenter, maestro indiscutible del terror moderno, debió de tener en cuenta esta premisa cuando filmó una de las cimas más altas de su carrera cinematográfica, la adaptación del relato de John W. Campbell Who goes there?, en el cual un equipo de investigadores que trabaja en una estación experimental de la Antártida queda aislado con un ente alienígena capaz de imitar cualquier forma animal o humana con la que entre en contacto. Este hecho provoca una constante sensación de paranoia en todos los personajes, que no pueden dejar de preguntarse: ¿es mi compañero un monstruo? (duda fácilmente extrapolable a nuestra realidad cotidiana). Carpenter logra un ejercicio de estilo frío como la nieve que todo lo cubre, inquietante como la propia partitura de Morricone, perturbador como su magistral desenlace.
14. La guerra de las galaxias. Episodio IV: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977)
Corría el año 1977 cuando nació la película de ciencia ficción más famosa y legendaria de todos los tiempos. De la mente de un joven visionario nació un universo fantástico que estaría destinado a crear legiones de seguidores en el mundo entero. En esta primera entrega, la mítica, la original, vivimos con auténtico fervor las aventuras de un grupo de rebeldes que luchaba por rescatar a la princesa Leia, destruir la Estrella de la Muerte y restaurar la República en una época de oscuridad impuesta por el Imperio Galáctico. El eterno dilema entre el lado luminoso y el lado oscuro de la fuerza, la progresiva conversión de ese humilde chico de Tatooine en un caballero Jedi, la carismática presencia de Han Solo y su inseparable amigo Chewbacca, los sables láser, el enfrentamiento entre Obi-Wan y Darth Vader… Todo adquiere la dimensión de la leyenda. Y esto era solo el principio.
15. Terminator 2: el juicio final (James Cameron, 1991)
Volvemos a encontrarnos con una secuela que ha conseguido mejor posición en la lista que su predecesora. El gran acierto de James Cameron –cuando su nombre aún era garantía de calidad- fue dar una vuelta de tuerca a la primera entrega y convertir al que otrora fuera el archienemigo más implacable de Sarah Connor, el T-800, en su principal aliado. Pero Skynet no se rinde y ahora envía a través del tiempo a un nuevo prototipo de metal líquido, capaz de moldear su cuerpo a voluntad, para asesinar al futuro líder de La resistencia: John Connor, en el presente un chaval cínico y rebelde que terminará desarrollando un fuerte vínculo de amistad con el ciborg encargado de proteger su vida (a ver quién aguanta el desenlace en la fundición sin conmoverse). Geniales dosis de humor («¡Tenía que pasar en mi turno!»), el You could be mine de Guns N’ Roses y unos efectos especiales impresionantes que crearon época terminan de redondear una función prácticamente perfecta.
16. El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960)
La mera imagen de un grupo de niños albinos, de miradas gélidas, expresión adusta, todos vestidos muy elegantes y coordinados en el habla y los movimientos es, ya de por sí, muy inquietante. Y de esa idea se nutre este clásico de Wolf Rilla, una de las películas que sirvió de clausura a la etapa dorada del género tras el auge de los años 50. Un buen día, todos los habitantes de un apacible pueblo caen profundamente dormidos y, al despertar, muchas de las mujeres quedan repentinamente embarazadas. Nueve meses después, comienza la pesadilla de unos adultos que tendrán que lidiar contra unos críos de extraordinaria inteligencia y habilidades sobrenaturales. Ciencia ficción discreta, elegante y bien dosificada, con el placer añadido de ver a George Sanders en su mejor época.
17. WALL-E (Andrew Stanton, 2008)
A estas alturas a nadie se le escapa que Pixar es sinónimo indiscutible de calidad cinematográfica. La tenacidad con que la compañía se ha empeñado en otorgar un lugar de honor a un género comúnmente considerado infantil ha dado sus frutos, y en parte gracias a ello hoy muchos adultos han comprendido que cuando el cine rezuma calidad no importa en absoluto el cauce formal elegido. WALL-E es una película de ciencia ficción plagada de homenajes (no podían faltar las referencias a 2001) que no carece de personalidad propia: ya deja una fuerte huella en el terreno de la animación al prescindir de la palabra y confiar a la narración estrictamente visual la primera media hora de metraje. Así es como la aventura de un pequeño robot diseñado para limpiar la basura de la faz de la Tierra (devastada y terriblemente contaminada en el año 2700) que se embarca en un viaje espacial con una nueva compañera robot llamada EVE fue objeto del aplauso unánime de crítica y público desde el mismo día de su estreno.
18. En el Globo Plateado (Andrzej Zulawski, 1987)
El director polaco Andrzej Zulawski ha tenido una trayectoria cinematográfica heterogénea e irregular, despertando con sus extravagantes películas tantos odios como pasiones. Por encima de todas ellas, probablemente, destaca esta fábula filosófica de atmósfera enajenada, espectacular diseño de producción y marcado carácter teatral, en la que el cineasta despliega todo su talento visual para ofrecernos una obra única en su especie, un delirio intenso y extenso que proporciona una experiencia casi psicodélica al espectador. La historia de un grupo de astronautas que llega a un planeta desconocido en el que nace una nueva civilización sirve a Zulawski para reflexionar sobre cuestiones sociales, religiosas y metafísicas. Ayuda a la consagración del mito su condición de película maldita, pues el gobierno polaco obligó a parar el rodaje en 1977 y destruir el material fílmico grabado. Afortunadamente, gran parte del negativo pudo salvarse y una década después el director logró presentar un montaje a partir del material existente, añadiendo una voz en off para suplir los vacíos narrativos en las partes mutiladas del film.
A finales del siglo XX vio la luz un proyecto largamente acariciado por los hermanos Wachowski que funcionó como un verdadero soplo de aire fresco para el género. Matrix necesitaba, por su propia naturaleza estética, a un protagonista gris, anodino y acartonado para representar al héroe posmoderno de la era actual de la informática y las telecomunicaciones, por lo que por una vez la elección de Keanu Reeves fue un gran acierto de casting. Medio mundo quedó boquiabierto ante unos asombrosos efectos especiales que se integraban con total naturalidad en una interesantísima trama de corte cyberpunk, destacando por encima de todo la famosa técnica del bullet time que permitía congelar la acción mientras la cámara seguía girando alrededor de cualquier elemento de la escena. Por otra parte, la falta de memoria histórica (o de conocimiento del género) de muchos espectadores favoreció la ilusión de novedad absoluta, cuando Matrix es, ante todo, un pastiche de excelente factura: podría definirse como una revisión platónica de varias teorías filosóficas pasada por el filtro de películas anteriores como Dark City o Ghost in the Shell.
Adelantándose en posición a Akira (película con la que mantiene una suerte de rivalidad implícita por alcanzar la condición de referente máximo de la ciencia ficción animada nipona de todos los tiempos) aparece Ghost in the Shell, la obra maestra futurista de Mamoru Oshii (quien ya nos había demostrado su talento en la magnífica Angel’s Egg en 1985) basada en el popular manga de Masamune Shirow. Las influencias literarias (Neuromante, William Gibson, 1984) y cinematográficas (Blade Runner) son aprovechadas con mucha habilidad por el director no solo a la hora de plasmar en imágenes el oscuro, denso y sombrío mundo de la gran urbe donde se desarrolla la historia, sino también (y especialmente) a la hora de reflexionar sobre los límites de la interacción entre el ser humano y la tecnología, cada vez más difusos en un futuro cercano en el que el hombre y la máquina han alcanzado un nivel de interdependencia física y mental tan elevado que ya es imposible discernir dónde empieza lo uno y termina lo otro. La auténtica esencia del cyberpunk late en este thriller visionario que se ha ganado por derecho propio la calificación de obra de culto.
El que fuese uno de los miembros más aclamados del grupo cómico Monty Python, Terry Gilliam, se encargó de filmar a mediados de los ochenta una distopía tragicómica sobre el poder coercitivo de una sociedad gris, burocrática y deshumanizadora que anula por completo la personalidad de los individuos que la integran y que se encarga de eliminar a toda facción que dé muestras de inconformismo contra el sistema establecido. Indiscutiblemente, la sombra de George Orwell es alargada, aunque si tuviésemos que aplicar un adjetivo al universo creado por Gilliam sería, desde luego, kafkiano. El surrealismo y la deformación paródica de la realidad impregnan esta historia que nos habla sobre la lucha del individuo contra la maquinaria estatal, la importancia capital de la libertad de pensamiento y el poder redentor de la imaginación (incluso cuando esta deviene, por necesidad, en locura).
22. Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972)
La segunda incursión del venerado cineasta Andrei Tarkovsky en nuestra lista viene de la mano de la que, probablemente, sea su obra más conocida. Basada en la novela del escritor polaco Stanislaw Lem, la película toma como pretexto la exploración espacial de lugares remotos para ahondar en la naturaleza oculta del ser humano. La historia gira en torno a un grupo de científicos que entra en contacto con Solaris, un enorme océano dotado de inteligencia con capacidad para bucear en los rincones más oscuros de la psique humana y proyectar físicamente sus miedos, recuerdos y pulsiones más profundos (las semejanzas con Stalker saltan a la vista). Mucho se ha comentado acerca de la relación implícita de esta película con el 2001 de Stanley Kubrick, pero lo cierto es que son obras que reflejan la mirada de artistas con inquietudes estéticas y temáticas casi opuestas y que, por tanto, deben ser disfrutadas de forma independiente.
23. El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968)
Será producto de un siniestro cruce de azares, pero el año 1968 aún tendría hueco para otra película de ciencia ficción protagonizada por monos. Solo que estos ya venían educados de casa y no necesitaban de ningún monolito que los iluminara. La historia de un grupo de astronautas que llega a un planeta desconocido gobernado por simios inteligentes no solo es un formidable entretenimiento de principio a fin (y ojo con ese fin, uno de los más populares de la historia del cine: afortunado el que se disponga a ver la película sin conocerlo de antemano), sino también una interesante reflexión sobre multitud de cuestiones morales, socioculturales y políticas que se desprende de la difícil convivencia entre ambas razas. Por si fuera poco, Schaffner plaga su película de detalles sutiles (atención a la imagen adjunta) que enriquecen enormemente su puesta en escena y su discurso, logrando así que el espectador se sienta invitado a tener una participación mucho más activa. El éxito del film propició secuelas, precuelas, remakes y hasta series de televisión, pero ninguno alcanzó la gloria del original.
Será producto de un siniestro cruce de azares, pero el año 1968 aún tendría hueco para otra película de ciencia ficción protagonizada por monos. Solo que estos ya venían educados de casa y no necesitaban de ningún monolito que los iluminara. La historia de un grupo de astronautas que llega a un planeta desconocido gobernado por simios inteligentes no solo es un formidable entretenimiento de principio a fin (y ojo con ese fin, uno de los más populares de la historia del cine: afortunado el que se disponga a ver la película sin conocerlo de antemano), sino también una interesante reflexión sobre multitud de cuestiones morales, socioculturales y políticas que se desprende de la difícil convivencia entre ambas razas. Por si fuera poco, Schaffner plaga su película de detalles sutiles (atención a la imagen adjunta) que enriquecen enormemente su puesta en escena y su discurso, logrando así que el espectador se sienta invitado a tener una participación mucho más activa. El éxito del film propició secuelas, precuelas, remakes y hasta series de televisión, pero ninguno alcanzó la gloria del original.
24. Videodrome (David Cronenberg, 1983)
La obra maestra definitiva de David Cronenberg es una malsana y perversa aproximación al tema de la esclavitud creciente a la que tiende el hombre en relación a la tecnología, el consumismo indiscriminado y los medios masivos de comunicación. Videodrome nos advierte sobre los peligros de una sociedad corrompida por el poder de la imagen, donde el morbo generado por la violencia más gratuita y los apetitos lascivos más bajos termina subyugando al individuo y creando en él una adicción enfermiza hasta el punto en que puede llevarlo, como en el caso de Max Renn (inconmensurable James Woods), a la paranoia. Cronenberg filma su propuesta más visceral, monstruosa y carnal, en un sentido moral pero también físico, en la que asistimos a la progresiva conversión del cuerpo humano en núcleo de una metamorfosis hacia lo tecnificado y lo grotesco (consecuencia última de formar parte de esta degradada sociedad del espectáculo en que vivimos). Aún resuena en nuestras cabezas, ahora más que nunca, aquel grito de guerra: ¡Larga vida a la Nueva Carne!
La obra maestra definitiva de David Cronenberg es una malsana y perversa aproximación al tema de la esclavitud creciente a la que tiende el hombre en relación a la tecnología, el consumismo indiscriminado y los medios masivos de comunicación. Videodrome nos advierte sobre los peligros de una sociedad corrompida por el poder de la imagen, donde el morbo generado por la violencia más gratuita y los apetitos lascivos más bajos termina subyugando al individuo y creando en él una adicción enfermiza hasta el punto en que puede llevarlo, como en el caso de Max Renn (inconmensurable James Woods), a la paranoia. Cronenberg filma su propuesta más visceral, monstruosa y carnal, en un sentido moral pero también físico, en la que asistimos a la progresiva conversión del cuerpo humano en núcleo de una metamorfosis hacia lo tecnificado y lo grotesco (consecuencia última de formar parte de esta degradada sociedad del espectáculo en que vivimos). Aún resuena en nuestras cabezas, ahora más que nunca, aquel grito de guerra: ¡Larga vida a la Nueva Carne!
25. Planeta prohibido (Fred M. Wilcox, 1956)
¿Alguien recuerda aquel estribillo que decía: «See androids fighting Brad and Janet, Anne Francis stars in Forbidden Planet…»? Yo no podría olvidarlo: fue, entre otras muchas cosas, mi primer contacto con la película de Fred M. Wilcox. La última de esta lista, por cierto, que actúa como representante de aquella década de los cincuenta en que el cine de ciencia ficción sirvió como espejo de las tensiones y los conflictos que vivía por aquel entonces la sociedad norteamericana: obras tan icónicas como El enigma de otro mundo (Nyby, 1951), Ultimátum a la Tierra (Wise, 1951) y La guerra de los mundos (Haskin, 1953) se han quedado en el tintero. Son muchas las razones por las que merece la pena adentrarse en los límites del planeta prohibido: por su revisión en clave fantástica de La tempestad de Shakespeare, por ver a un Leslie Nielsen precómico haciendo de galán, por Robby el robot, por su ingenuo argumento de filiación freudiana sobre los demonios del inconsciente, por los efectos especiales cortesía de la Disney… y sobre todo, cómo no, por los famosos modelitos de una Anne Francis que consiguió escandalizar al mundo entero con sus minifaldas.
¿Alguien recuerda aquel estribillo que decía: «See androids fighting Brad and Janet, Anne Francis stars in Forbidden Planet…»? Yo no podría olvidarlo: fue, entre otras muchas cosas, mi primer contacto con la película de Fred M. Wilcox. La última de esta lista, por cierto, que actúa como representante de aquella década de los cincuenta en que el cine de ciencia ficción sirvió como espejo de las tensiones y los conflictos que vivía por aquel entonces la sociedad norteamericana: obras tan icónicas como El enigma de otro mundo (Nyby, 1951), Ultimátum a la Tierra (Wise, 1951) y La guerra de los mundos (Haskin, 1953) se han quedado en el tintero. Son muchas las razones por las que merece la pena adentrarse en los límites del planeta prohibido: por su revisión en clave fantástica de La tempestad de Shakespeare, por ver a un Leslie Nielsen precómico haciendo de galán, por Robby el robot, por su ingenuo argumento de filiación freudiana sobre los demonios del inconsciente, por los efectos especiales cortesía de la Disney… y sobre todo, cómo no, por los famosos modelitos de una Anne Francis que consiguió escandalizar al mundo entero con sus minifaldas.
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